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La tolerancia y la paciencia tienen fechas de caducidad

La tolerancia y la paciencia tienen fechas de caducidad

Por: Mayerlin Martínez Paredes

Vivimos en una sociedad que constantemente nos exige tolerancia y paciencia. Nos piden que aguantemos, que respiremos profundo, que entendamos al otro, que miremos desde su perspectiva. Y en efecto, estas virtudes son pilares fundamentales para la convivencia, el respeto mutuo y la armonía. Pero, ¿qué ocurre cuando esos pilares se desgastan por el peso del abuso, la indiferencia o la falta de reciprocidad?

La tolerancia no es sumisión. La paciencia no es resignación. Ambas virtudes tienen un límite natural, humano, y justo. Cuando se sobrepasan los márgenes del respeto, cuando la empatía se convierte en exigencia unilateral y cuando los silencios se interpretan como debilidad, es inevitable que estalle la saturación.

En el ámbito laboral, por ejemplo, se nos insta a ser comprensivos con los errores ajenos, a evitar confrontaciones, a mantener la compostura aunque se vulneren nuestros derechos. Pero llega un punto en que el profesional más templado necesita alzar la voz. No por rebeldía, sino por dignidad. La paciencia se agota cuando el esfuerzo no es valorado. La tolerancia se diluye cuando solo uno cede y el otro exige.

En lo personal ocurre igual. Las relaciones humanas, sean familiares, de pareja o de amistad, deben ser recíprocas. Cuando uno da constantemente mientras el otro solo recibe, la balanza se desequilibra. Ser paciente no significa soportar humillaciones. Ser tolerante no implica renunciar a uno mismo.

Por eso, es importante comprender que no podemos exigir tolerancia infinita ni paciencia eterna. Son virtudes que requieren alimento: respeto, reconocimiento, consideración. Cuando estos ingredientes faltan, lo natural es que aparezca el cansancio, la decepción y, eventualmente, la decisión de poner límites.

No se trata de volverse insensible o intolerante, sino de entender que todo ser humano tiene un umbral. Aprender a decir “basta” también es una forma de cuidarse y de educar al otro sobre lo que es aceptable y lo que no.

La tolerancia y la paciencia son preciosas, sí, pero no son inagotables. Y cuando se agotan, es señal de que algo debe cambiar. A veces, lo más sabio no es aguantar más, sino actuar con firmeza y con respeto hacia uno mismo.

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