Vivimos en la era de la sobreinformación. Las redes sociales, los portales de noticias, los influencers y hasta los grupos de WhatsApp nos bombardean a cada segundo con contenidos de todo tipo. Sin embargo, ¿cuánta de esa información es realmente valiosa? ¿Cuánto de lo que recibimos diariamente contribuye a nuestro crecimiento, a nuestra conciencia social o al debate público de calidad? Poco. Muy poco. Estamos inmersos en una gigantesca masa de comunicación basura.

La comunicación basura es ese contenido superficial, sensacionalista, vacío y repetitivo que circula a una velocidad feroz y que, como un virus, contamina el pensamiento crítico. Son los chismes, las fake news, los titulares manipulados, los audios alarmistas y los videos fuera de contexto. Todo eso que capta nuestra atención por segundos pero que, al final, no deja ningún aprendizaje ni aporta a la construcción de una sociedad mejor.

¿Qué responsabilidad tenemos en este fenómeno? Muchísima. Porque hemos dejado que la inmediatez y el morbo sustituyan la búsqueda del conocimiento. Porque hemos preferido la viralidad por encima de la verdad. Porque hemos convertido la comunicación en un espectáculo de likes, retuits y reproducciones, sin detenernos a pensar en la calidad de lo que consumimos o compartimos.

Pero también hay una gran responsabilidad en quienes producen contenido. Los medios tradicionales, que muchas veces caen en el amarillismo para no perder audiencia; los comunicadores, que priorizan el escándalo sobre la profundidad; y los líderes de opinión que alimentan la polarización en lugar de propiciar un debate sensato.

Frente a esta realidad, urge educarnos en el consumo responsable de la información. Necesitamos desarrollar filtros que nos permitan discernir entre lo que vale la pena y lo que solo busca manipularnos o distraernos. Hay que exigir contenido de calidad, que informe, forme y transforme. La buena comunicación existe, pero hay que buscarla, promoverla y defenderla.

La comunicación basura seguirá existiendo mientras siga teniendo consumidores. Por eso, el verdadero cambio empieza por nosotros: por lo que decidimos leer, compartir y promover en nuestras plataformas. Cada clic es un voto por el tipo de sociedad que queremos construir.